ONTRODUCCIÓN
El hombre fue creado a imagen de
Dios y se le ordenó que subyugara la tierra y tuviera dominio sobre ella (Gn 1:
26-27). No solo es un llamamiento del
hombre a ejercer dominio, sino que hacerlo es parte de su naturaleza. Puesto que Dios es el Señor
y Creador absoluto y soberano, cuyo dominio es total y cuyo poder no tiene límites,
el hombre, creado a su imagen, participa de este atributo. El hombre fue creado
para ejercer dominio bajo Dios y como segundo regente nombrado por Dios sobre
la tierra. El dominio es pues un instinto básico de la naturaleza humana.
Como resultado de la caída, sin
embargo, el impulso de dominio del hombre es ahora pervertido, y ya no un
ejercicio de poder bajo Dios y para su gloria, sino un deseo de ser Dios. Esta
fue precisamente la tentación de Satanás: todo hombre debe ser su propio dios,
y decidir por sí mismo lo que constituye el bien y el mal (Gn 3: 5). Se afirmó
lo culminante del hombre tanto en ley como en poder.
La historia, por consiguiente, ha
visto la larga y amarga consecuencia del pervertido impulso del hombre para el
dominio. El ser humano ha hecho uso cruel y pervertido de la individualidad del
hombre en actividades de pandillas, y como ejército o nación. La historia es un
cuento largo de horror en el cual el hombre busca poder y dominio como un fin
en sí mismo. George Orwell en 1984 vio
el significado de este impulso por dominar: «Si quieres un cuadro del futuro,
imagínate una bota pisoteando una cara humana, por siempre».
Este impulso de pecado por
dominar, caído, es prominente en toda esfera de la vida moderna, así como
también a lo largo de la historia. Por cierto gobierna el mundo político, en donde
el estado, a diario, gana poder por amor al poder.
Como resultado de todo esto,
muchos quedan aterrados ante el poder y son hostiles al concepto de dominio.
Los liberales, los neortodoxos, los existencialistas y otros, renuncian a la
idea del poder como ilusión o tentación y a la posesión del poder como un mal.
El resultado es acentuar la posibilidad del poder totalitario.
El dominio no desaparece cuando
un hombre renuncia a él. Solo se transfiere a otra persona, tal vez a su
esposa, hijos, patrón o al estado. Allí donde los individuos abandonan su
correcto dominio, donde la familia lo abdica, y el obrero y patrón lo reducen,
por lo general el estado lo concentra. Por lo mismo, cuando la sociedad
organizada entrega el poder, el delito organizado lo asume en proporción a la
entrega.
Este hecho plantea el problema
que para Orwell, que vio el asunto con claridad, no tiene respuesta. El
ejercicio del poder por parte del hombre caído es demoníaco. Es poder por amor
al poder, y su objetivo es «una bota que pisotee una cara humana… por siempre».
La alternativa es el dominio de la anarquía, el reino sangriento y tumultuoso
del momentáneamente fuerte. Claro, no hay esperanza para el hombre excepto en
la regeneración. El Catecismo Breve de los Divinos de Westminster, al hablar de
la imagen de Dios declaraba:
P.
10. ¿Cómo creó Dios al hombre?
R.
Dios creó al hombre, varón y hembra, según su propia imagen, en ciencia,
justicia y santidad, con dominio sobre todas las criaturas. Gn 1: 27; Col. 3: 10;
Efes. 4: 24; Gn 1: 28.
La salvación del hombre incluye
su restauración a la imagen de Dios y el llamamiento implícito en esa imagen,
de subyugar la tierra y ejercer dominio. De aquí que la proclamación del
evangelio también es la proclamación del reino de Dios, de acuerdo al Nuevo
Testamento.
Una deformación radical del
evangelio y del llamamiento del hombre redimido se introdujo en la iglesia como
resultado del neoplatonismo. Se renunció al dominio, se consideró a la tierra
como el campo del diablo, se menospreció al cuerpo y se cultivó una humildad y
mansedumbre falsas.
Se consideró el dominio como una
carga de la carne antes que como una responsabilidad santa. Especialmente con
el pietismo, a Jesús se le pintó como inerme e impotente, pacifista y de modales
amanerados.
La palabra manso es un término
bíblico. Se usa en Números 12:3 para describir a Moisés, a quien se le califica
como «muy manso». Moisés a duras penas cuadra con las ideas modernas de
mansedumbre. Es más, a Moisés se le describe como manso «más que todos los
hombres que había sobre la tierra». Marsh señaló el significado de manso:
«Moisés no pelea por su propio estatus, sino que se preocupa por ser siervo de
Yahvé. Por consiguiente Yahvé lo cuida a él y a su posición entre el pueblo».
La palabra manso así se refiere
primordialmente a un estado espiritual en relación a Dios. Elliot notó: «Se
debe observar, además, que la palabra anav,
manso, frecuentemente se intercambiaba con la palabra cognada ani, y que el significado puede ser postrado, u oprimido». El significado se aclara más por la bienaventuranza:
«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad» (Mt
5: 5).
El dominio sobre la tierra es
dado a los mansos, y el término mansedumbre claramente tiene referencia a Dios.
Los mansos son los redimidos a quienes ha cargado, oprimido y sometido a
riendas, de modo que están bajo control y son dóciles. Dios sujetó a Moisés a
una disciplina más rigurosa que a cualquier otro creyente de la época, y Moisés
aceptó esa opresión, creció en términos de ella y llegó a ser disciplinado y
fuerte. Por eso, Moisés era el hombre más manso de su época. Mansedumbre, pues,
no es pusilanimidad sino fuerza disciplinada en Dios y bajo Dios.
Jesucristo se describió como
«manso y humilde de corazón» (Mt 11: 29; traducido «apacible y humilde» por
NVI, y «paciente y humilde». Se describió a sí mismo en relación con los que le
buscaban. En su relación con los fariseos y saduceos, la conducta de Cristo fue
firme y resuelta.
Conforme Cristo usó el término
mansedumbre, quería decir no la entrega del dominio sino más bien el uso sabio,
misericordioso y lleno de gracia de la asignación de poder. No podemos entender
el significado de mansedumbre en las Escrituras a menos que nos demos cuenta de
que no es la entrega del dominio sino más bien el uso humilde y santo de
aquello a lo que se refiere. Los mansos bienaventurados son los domados por Dios,
los sujetos a su palabra-ley y llamamiento que heredarán la tierra (Mt 5: 5).
Los mansos bienaventurados son
los que se someten al dominio de Dios, tienen por consiguiente dominio sobre sí
mismos y son capaces de ejercer dominio sobre la tierra. Ellos, por
consiguiente, heredarán la tierra.
Este punto
es de vital importancia. lejos de esto, el evangelio se pervierte.
EL HOMBRE TIENE UNA MOTIVACIÓN AL
PODER DEL DOMINIO QUE LE CONCEDIÓ DIOS.
El propósito de la regeneración
es restablecer al ser humano a su mandato original de ejercer dominio y
subyugar la tierra. El propósito de la ley es dar al hombre el camino al
dominio diseñado por Dios. El propósito del llamado a la obediencia es a
ejercer dominio.
¿Qué sucede, entonces, cuando se
presenta una caricatura de Jesús, cuando se exige constantemente obediencia sin
mencionar la meta ordenada por Dios de la obediencia, y cuando al hombre se le
exige que se prepare en el Señor, pero sin propósito? El ministerio de la
iglesia entonces se vuelve trivial y la vida del creyente se torna frustrante.
Pero el impulso al dominio no
desaparece solo porque la iglesia no hable del mismo. Más bien, reaparece como
una lucha horrible y pecaminosa por el poder en la iglesia. Si se descuida o
niega el dominio legítimo, empieza entonces a emerger el dominio de pecado. La
vida de la iglesia se vuelve entonces una horrible lucha por trivialidades insulsas,
por el solo propósito de poder y dominio pecaminoso.
Demasiado a menudo a este impulso
de pecado al dominio se le enmascara con mansedumbre hipócrita.
Es muy necesario, por
consiguiente, reconocer que el impulso al dominio lo da Dios y es básico a la
naturaleza del hombre. Un aspecto de este dominio es la propiedad.
Es costumbre entre los
socialistas eclesiásticos negar que haya una garantía bíblica de la propiedad
privada. Se basan en una declaración bíblica repetida a menudo: «de Jehová es
la tierra» (Ex 9: 29, etc.). Escogen negar el testimonio total de las
Escrituras en cuanto a la propiedad privada. El llamado comunismo de Hechos 2: 41-47,
también citado por los socialistas eclesiásticos, fue solo un acto voluntario
de compartir de parte de algunos (Hch 5). Estuvo limitado a Jerusalén.
Debido a que los creyentes
tomaron literalmente las palabras de Cristo en cuanto a la caída de Jerusalén
(Mt 24: 1-28), vendían sus propiedades. Los miembros más ricos pusieron algunos
o todos esos fondos a disposición de la iglesia, para dar testimonio a sus
amigos y parientes antes de la caída de Jerusalén. Muy temprano, la persecución
expulsaría de Jerusalén a todos excepto a un pequeño remanente (Hch. 8: 1).
La tierra en verdad es del Señor,
como también todo dominio, pero Dios ha escogido darle al hombre el dominio de
la tierra, sujeto a su palabra-ley, y la propiedad es un aspecto central de ese
dominio. El título absoluto y trascendental de propiedad es del Señor; el
título de propiedad presente histórico es del hombre.
El acto de ser propietario no
cambia si se le niega al hombre. Solo se transfiere al estado. Si el sentido de
la ideología liberal de que la tierra es del Señor y no del hombre se aplica
como ellos lo exigen, debe aplicarse por igual al estado. Es decir, negarle
todo derecho a tener o controlar la propiedad.
Las Escrituras, sin embargo,
ponen la propiedad en manos de la familia y no del estado. Se le entrega
propiedad al hombre como un aspecto de su dominio, como una parte de su
subyugación santa de la tierra.
Si la doctrina del dominio en
Dios y bajo Dios se debilita, toda la ley también se debilita.
DIOS LE CONCEDE AL HOMBRE DOMINIO BAJO SU LEY, PERO NO LE
CONCEDE SU SOBERANÍA.
Solo Dios es el Señor y Soberano
absoluto. Negar la soberanía de Dios es transferir la soberanía de Dios al
hombre, o al estado. Por eso, Tomás Paine, en Derechos del hombre, afirmó como principio fundamental la
soberanía de la nación-estado, declarando: «La nación es esencialmente la fuente de toda soberanía; ningún INDIVIDUO, ni ningún CUERPO DE
HOMBRES, puede tener derecho a
autoridad alguna que expresamente no se derive de ella».
Paine y la Revolución Francesa
claramente afirmaron su totalitarismo mediante esta afirmación. El estado como
dios se vuelve la fuente de autoridad, moralidad y dominio. Muy lógicamente, la
Revolución se convirtió en la bota, y pisotea la cara del hombre, pero, por la
gracia de Dios, no para siempre.
El propósito de Dios no es el
dominio del pecado sino el dominio sobre la tierra del hombre redimido bajo
Dios. Según San Pablo, la misma creación que nos rodea gime y sufre dolores de
parto, esperando el dominio santo de los hijos de Dios (Ro 8: 19-23). Debido a
la caída, la creación ahora está bajo el dominio del hombre pecador y está
siendo agotada por el uso pervertido del poder.
Así como la planta se vuelve hacia
la luz, la creación se vuelve con anhelo al dominio restaurado del hombre santo.
Así como el polvo y las piedras se mueven en términos de la gravedad, también
se mueven en términos del dominio
del hombre propuesto por Dios. Al pueblo de Dios debe, por consiguiente,
instruírsele en la naturaleza y requisitos del dominio santo. Todo lo que se
quede falto en esto es un desprecio de la autoridad suprema de Dios, que
declara en su Palabra que Él hará un pacto con las mismas bestias del campo
para asegurar la prosperidad del hombre en el día de su obediencia:
En aquel tiempo haré para ti
pacto con las bestias del campo, con las aves del cielo y con las serpientes de
la tierra; y quitaré de la tierra arco y espada y guerra, y te haré dormir
segura (Oseas 2: 18).