INTRODUCCIÓN
El octavo mandamiento, uno de los
dos más breves, simplemente declara: «No hurtarás» (Ex 20: 15; Dt 5: 19). El
hurto o robo es quitarle la propiedad a otro mediante coacción, fraude o sin su
consentimiento libre. Engañar, dañar la propiedad o destruir su valor es
también robo. No es necesario que el que sufre el robo lo sepa para que sea
pecado. Por eso, viajar en un tren o autobús sin pagar el pasaje es robo, aun
cuando la compañía de transportes no se percate del acto.
EL ROBO SE PUEDE REALIZAR DE VARIAS
MANERAS.
Primero, en el robo sencillo el ladrón
roba directamente a la víctima.
Segundo, en el robo complejo pero todavía directo,
el ladrón le roba a la víctima como parte de un grupo de ladrones. En tal caso,
el hombre tal vez no intervenga directamente en la acción del robo, pero es parte
del mismo por igual como parte conocedora del grupo de ladrones.
Tercero, el robo se puede lograr por
medios indirectos o legales, como al dictar una ley que le roba al rico, al
pobre o a la clase media para beneficio de un grupo en particular.
El estado entonces se vuelve la
agencia por la que se realiza el robo, y se le da una cubierta pseudo moral por
imposición legal.
El robo no es solo la
expropiación legal o ilegal de la propiedad de otro hombre contra su voluntad o
por fraude, sino también la destrucción a propósito o por accidente de la
propiedad o el valor de la propiedad. Destruir la casa de un hombre mediante
atentado incendiario es robo, pero también es robo si la casa se incendia por
descuido. Dañar el automóvil de un hombre es robarle de su valor.
En este aspecto, la restitución
ha sido hecha más o menos obligatoria por las leyes de seguros en varios
estados [de los Estados Unidos]. Debido a que la inflación debilita o destruye
los valores de la moneda en papel, la inflación también es, en definitiva, una
forma de robo.
El fraude también es robo. Un
hombre puede comprar un artículo pensando que es lo que representa ser, pero el
fraude de parte del vendedor lo hace robo.
Venderle a un hombre leche aguada
es robo; leyes en cuanto a alimentos y medicinas puras, por mucho que se abuse
de ellas hoy, son todavía leyes válidas en términos de las Escrituras. Sin
embargo, un pueblo corrupto clama por
un estado corrupto, que
entonces no puede hacer respetar ni siquiera las mejores leyes sin corrupción.
La necesidad no justifica el
robo. La necesidad no puede darle al hombre ninguna prioridad por sobre la ley
de Dios. Sin embargo, algunos pensadores católicos romanos, siguiendo la
tradición de la ley natural griega, han dado su consentimiento moral al robo en
tiempos de necesidad:
Si alguien está en peligro de
muerte por falta de alimento, o sufriendo de alguna forma de extrema necesidad,
puede legítimamente tomar del otro tanto como necesite para atender su presente
angustia, aunque la oposición del propietario sea clara. Tampoco, por
consiguiente, estaría obligado a la restitución si su fortuna mejorara
notablemente, suponiendo que lo que tomó para su propio uso era perecedero.
La razón es que la propiedad de
bienes de este mundo, aunque de acuerdo a la ley natural, cede al derecho más
fuerte y más sagrado conferido por la ley natural a todo hombre para disponer
de las cosas necesarias para su propia preservación.
TAL PERSPECTIVA LE DA A LA VIDA DEL
HOMBRE PRIORIDAD POR SOBRE LA LEY DE DIOS.
Se dice que, bajo la influencia
del fariseísmo y la interpretación de los abogados, «no se consideraba un
delito robarle a un samaritano o a otro ladrón». En este concepto de la ley,
los «derechos» del hombre del «pacto» se consideraban mayores que los del
hombre menor. En cualquier caso, con respecto a Delany o a los fariseos, el
error está en darle al hombre prioridad por sobre la ley de Dios. Tal posición
en efecto anula la ley.
Hasta aquí nuestra definición de
robo está incompleta. Se debe añadir que robo es una forma de violación del
orden fundamental de Dios. El robo es, por consiguiente, más que un delito
contra otra persona; es un delito contra Dios. Él nos exige que respetemos la
vida, el matrimonio y la propiedad de nuestro prójimo y enemigo, no debido a
que nuestro prójimo o enemigo posiblemente no sea malo, ni tampoco debido a que
nuestra necesidad no sea grande, sino debido a que el orden-ley de Dios toma
prioridad sobre las condiciones del hombre.
La naturaleza del carácter de
nuestro prójimo, que puede ser mala, ni tampoco nuestra necesidad, que puede
ser grande, puede justificar el robo. La soberanía de Dios requiere la
supremacía de su palabra-ley.
Park reconoce que este
mandamiento «es la protección que el diligente y prudente tiene contra el
holgazán y descuidado». Agrega: «Los hombres que piensan se esfuerzan por una
aplicación de este mandamiento que asegure que los productos de la industria se
dividan equitativamente, para que la norma pueda asegurar que cada hombre
reciba la justa porción de las cosas buenas de esta vida».
Park, como uno de esos «hombres
que piensan», no define «la justa porción» de todo hombre. ¿Es lo que cada
hombre gana? O ¿es una «parte justa» en términos del principio que no es
bíblico de la igualdad? ¡Un nuevo principio de justicia ha reemplazado el de
Dios: son los «hombres que piensan»!
La ideología humanista de la
posición de Delany a veces se justifica con las Escrituras citando Proverbios
6: 30, 31. Es, pues, muy importante analizar este pasaje. Delitzsch, en su
comentario, ha aclarado el texto y su significado al poner en su contexto la
condenación del adulterio:
Al ladrón y al adúltero ahora se
les compara uno con otro, de tal manera que el adulterio se tiene como un
delito aún mayor.
30 No tienen en poco al ladrón si
hurta Para saciar su apetito cuando tiene hambre;
31 Pero si es sorprendido, pagará
siete veces; Entregará todo el haber de su casa. una compensación de siete
veces lo robado no se ha oído en la ley israelita.
Se conoce solo una restauración
de dos veces, cuatro veces, cinco veces, Ex 21: 37, 22: 1-3, 8. Este exceso sobre lo que la ley consideraba
necesario lleva al punto del libre albedrío: él (el ladrón, que llamamos tal
cuando la amarga necesidad lo lleva a eso) pueda compensar siete veces, sobreabundantemente.
Puede entregar todas las
posesiones de su casa, no solo para satisfacer la ley, sino para reconciliarse
con aquél a quien ha hecho daño, y de nuevo obtener para sí un nombre honroso.
Lo que se dice en los versículos 30 y 31 es perfectamente justo. Uno no condena
a un hombre que ha robado debido a su pobreza. Por el contrario, lo
compadecemos.
Pero el adúltero va a la ruina
bajo todas las circunstancias del desprecio y la burla. Entonces, el robo puede
ser justificable y mover a bien abundantemente, pero el adulterio y sus
consecuencias son irreparables.
Así que las Escrituras no dan
base para violar el orden-ley de Dios. A los hombres se les exige trabajar
dentro de ella para su propio bienestar y prosperidad.
Desdeñar o menospreciar el orden
de Dios es incurrir en el juicio de Dios y también acarrear consecuencias
lamentables para el hombre. Un antiguo proverbio español declara: «El que escupe
al cielo en la cara le cae».
El orden de Dios sin duda incluye
la propiedad privada. También aprueba la riqueza santa. La palabra Riqueza en hebreo también tiene los
significados de fuerza, recursos, bienes y prosperidad. Según Proverbios 13: 11:
«Las riquezas de vanidad disminuirán; pero el que recoge con mano laboriosa las
aumenta».
La advertencia de las Escrituras
es contra el orgulloso que se olvida de Dios en su riqueza, no contra el hecho
de tener riquezas (Dt 8: 17, 18). Dios bendice a sus santos con prosperidad y riqueza,
como lo atestiguan Job, Abraham, David, Salomón y otros. Una de las posibles bendiciones
de la obediencia a la ley es la riqueza (Sal 112: 3). Es la riqueza arrogante e
impía lo que se condena (Stg 5: 1-6). La declaración respecto al rico y al ojo de
la aguja por lo común se usa mal; lo que quiere decir es que nadie puede
salvarse a sí mismo.
La salvación es imposible con los
hombres, porque es totalmente obra de Dios (Mr 10: 23-27). La riqueza es un
aspecto de la bendición de Dios sobre sus fieles: «La bendición de Jehová es la
que enriquece, Y no añade tristeza con ella» (Pr 10: 22). La búsqueda santa de
propiedad y riqueza es, pues, plenamente legítima.
Como hemos visto en Proverbios
13: 11, el medio para adquirir riqueza es el trabajo.
ESTO SE RECALCA DE NUEVO EN EL NUEVO
TESTAMENTO, DONDE SAN PABLO DECLARA:
«El que hurtaba, no hurte más,
sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué
compartir con el que padece necesidad» (Ef 4: 28). La versión Palabra de Dios
para Todos dice lo siguiente: «El que era ladrón deje de robar y trabaje haciendo
algo provechoso con sus manos, así podrá compartir con el que no tiene nada».
Es obvio que el trabajo y el robo se oponen entre sí como diferentes enfoques a la propiedad.
Con igual claridad, una obligación a todo el que trabaja es no solo sostenerse a sí mismo sino también la
benevolencia para con los
necesitados.
El robo como atajo para obtener
riquezas no solo intenta soslayar el trabajo
como medio para obtener riqueza sino que también niega la validez del
orden-ley de Dios. En términos
de las Escrituras, la riqueza se puede adquirir mediante el trabajo, herencia o regalo. Una
organización de ladrones va contra los tres medios de adquisición, y hará beneficencia a costa de la ley de Dios.
Es fácil para los que promueven
cambios contra la propiedad privada documentar los males y pecados de las
grandes corporaciones, los ricos y las esferas sociales donde éstos predominan,
pero es tan fácil documentar los pecados de los pobres como los de los ricos,
citar los males de un obrero tanto como los de un capitalista, o llamar la
atención a la depravación de los reformadores.
Debido a que el hombre es
pecador, hay que tratarlo bajo la ley. Rico o pobre da lo mismo ante la ley de
Dios. Cuando nuestro prójimo es un ladrón, no tenemos derecho de robarle. El
correctivo para el robo no es el robo. Sin embargo se nos dice que «la
dirección de la justicia, entonces, emerge siempre y cuando tienen lugar
ajustes y cambios a favor de los relativamente impotentes mediante un cambio en
la distribución o dispersión del poder social de la propiedad, un cambio en la
distribución del control de la propiedad».
Esto es ideología humanista de
nuevo. Es la exaltación de la necesidad del hombre por sobre la ley de Dios. Y
en el hombre como pecador difícilmente se puede confiar cuando se trata de
definir sus «necesidades». Demasiado a menudo el hombre define su codicia como
su necesidad.
¿CUÁNDO EL HOMBRE PECADOR ADMITE SU
NECESIDAD DE CASTIGO?
No hay ley en donde el hombre sea
a la vez su propio legislador y tribunal. Se ha citado la relación del trabajo
con la benevolencia. La verdadera benevolencia y amor al prójimo es el
cumplimiento de la ley (Ro. 13: 8-10). En relación con esto Calvino escribió
del octavo mandamiento:
Puesto que la caridad es el fin
de la ley, debemos buscar la definición de robo en ella. Esto, entonces, es la
regla de caridad, que los derechos de cada uno se deben preservar con
seguridad, y que nadie debe hacer a otro lo que no quisiera que le hagan a él
mismo. Se deduce, por consiguiente, que no solo son ladrones los que en secreto
se roban la propiedad de otros, sino también los que buscan ganancia de la
pérdida de otros, acumulan riqueza mediante prácticas ilegales, y son más
dedicados a su ventaja privada que a la equidad.
Así, la rapiña se abarca bajo el
cabezal de robo, puesto que no hay diferencia entre un hombre robándole a su
prójimo por fraude o fuerza.
La benevolencia básica, es pues,
vivir en fidelidad a la ley con respecto a nuestro prójimo y enemigos,
respetando las inmunidades dadas por Dios bajo la ley. Ayudarlos en sus
angustias con regalos es también un aspecto importante de la ley, pero en
ningún caso puede el hombre separar u oponer la benevolencia y la ley.
Calvino definió más la
benevolencia como opuesta al robo con estas palabras:
Y no solo eso; si no, cuando
viéremos a alguno oprimido por la necesidad o la pobreza, socorrámosle y
aliviemos su falta con nuestra abundancia. Finalmente, que cada uno considere
la obligación que tiene de cumplir lealmente sus deberes para con los demás. De
esta manera, el pueblo respetará y reverenciará a sus superiores, se someterá a
ellos de corazón, obedecerá sus leyes y disposiciones, y no se negará a nada
que pueda hacer sin ofender a Dios.
Por su parte, los superiores
tengan cuidado del pueblo, conserven la paz pública, defiendan a los buenos,
castiguen a los malos y administren las cosas de tal manera, que puedan rendir
cuentas con la conciencia tranquila a Dios, Juez supremo.
Los ministros de la iglesia
enseñen fielmente la Palabra de Dios, no adulteren y corrompan la doctrina de
vida, sino enséñenla al pueblo cristiano limpia y pura. Y no solamente
instruyan al pueblo con la buena doctrina, sino también con el ejemplo de su
vida. En resumen, presidan como buenos pastores sobre sus ovejas.
Por su parte, el pueblo recíbalos
como embajadores y apóstoles de Dios, tributándoles la honra que el sumo
Maestro tiene a bien conferirles; y provéanles de lo necesario para su subsistencia.
Que los padres cuidan de
alimentar, dirigir y enseñar a sus hijos, pues así se lo encarga Dios; no los
traten con excesivo rigor, sino con la dulzura y mansedumbre convenientes; y
los hijos, como ya hemos dicho, que les den la reverencia y sumisión que les
deben.
Los jóvenes honren a los
ancianos, pues el Señor ha querido que se honre la ancianidad. Y los ancianos
que procuren dirigir a los jóvenes con su prudencia y experiencia, suavizando
la severidad con afabilidad y dulzura.
Calvino además hace una lista de
los deberes de los trabajadores y patrones, y toda clase de hombres. El que los
hombres no rindan el trabajo, deber, honor y servicio debido es robar. «En fin,
que cada uno considere qué es, según su estado y vocación, lo que debe a su prójimo,
y se conduzca en consecuencia.» La ley habla con referencia a todos los
hombres:
Además de esto, hemos de poner
siempre nuestros ojos en el Legislador, para recordar que esta regla se dirige,
no menos al alma que al cuerpo, a fin de que cada uno aplique su voluntad a
conservar y aumentar el bien y la utilidad de todos los hombres.
Las leyes contra el robo, por lo
tanto, protegen no solo el orden de Dios sino también a todos los hombres que
son honrados y acatan la ley, y protegen incluso al que no es honrado del
castigo ilegal.
¿Por qué los hombres atacan esta
ley y la doctrina de la propiedad que la ley afirma? Hace un siglo, en su
estudio general de la ley, Wines anotó: «Hay dos fuentes principales de poder
político, tanto como personal: el conocimiento y la propiedad». Esta es la
esencia del asunto; la propiedad es una forma de poder, y dondequiera que el
estado se adjudique el poder, entonces la propiedad privada estará bajo ataque.
EL ATAQUE CONTRA LA PROPIEDAD PRIVADA
PUEDE TOMAR DOS FORMAS BÁSICAS.
Primero, mediante la negación de la ley de
Dios, individuos poderosos pueden despreciar los derechos de propiedad de individuos más débiles. El
darwinismo social que prevaleció
en los Estados Unidos de América y en otras partes después de 1860 condujo a los «barones ladrones» que
usaban su poder para pisotear la ley.
Estos hombres justificaban su iniquidad apelando a la evolución y a
«la lucha por la supervivencia».
Los darwinistas sociales sostenían que «el progreso cultural y biológico de personas avanzadas se asegura en
tanto y en cuanto a «la ley de la competencia» se le permita operar libremente
y, respecto de la especie humana, asumir
la forma de una «lucha por la existencia» en la que solo «el más fuerte
sobrevive».
LOS DARWINISTAS SOCIALES NO TENÍAN UN
VERDADERO INTERÉS EN LA PROPIEDAD PRIVADA.
Lo que les interesaba era usar la
teoría de la evolución como guía de la sociedad.
Se convirtió en herramienta para
justificar el robo masivo.
Segundo, otros evolucionistas empezaron a
hacer énfasis en «la plasticidad y creatividad del hombre, del carácter
dinámico de un medio ambiente y de la relación recíproca entre él y el hombre».
Para ellos, el estado se convirtió en este medio ambiente «dinámico» por el que
el hombre podía rehacerse a sí mismo.
La propiedad para estos
evolucionistas es solo una herramienta por la que el estado moldea al hombre y
al mundo. Como resultado, de nuevo la propiedad está bajo ataque sin ley,
primero de individuos y corporaciones, y ahora por el estado.
Puesto que la propiedad es una
forma de poder, el estado totalitario trata de controlar o de apoderarse de la
propiedad privada a fin de evitar que las personas tengan algún poder aparte
del estado.
Pero la propiedad privada es un
poder que Dios le confía al hombre como
obligación, porque es la intención de Dios que el hombre tenga y ejerza poder
con el fin de que subyugue la tierra y el dominio del hombre bajo Dios quede
establecido. Dios le da al estado su debido poder en Su dominio. La propiedad
privada es un poder que ha recibido el hombre para que lo use bajo Dios y para
Su gloria