16. RIQUEZA LEGÍTIMA

INTRODUCCIÓN

Según l Catecismo Westminster Breve, la pregunta de adquirir riqueza se relaciona directamente al octavo mandamiento:
P. 73. ¿Cuál es el octavo mandamiento?
R. El octavo mandamiento, es: “No hurtarás”.
P. 74. ¿Qué se exige en el octavo mandamiento?
R. El octavo mandamiento exige que procuremos y promovamos por todo medio legítimo legitimo la prosperidad y bienestar de nosotros mismos y de los demás.
P. 75. ¿Qué se prohíbe en el octavo mandamiento?
R. El octavo mandamiento prohíbe todo lo que impide o tiende a impedir injustamente la prosperidad y bienestar nuestro o de nuestro prójimo.
La respuesta 75 tiene en mente el amor al placer, la borrachera, la glotonería, la holgazanería, y el robo, y cita Proverbios 21: 17; 22: 20; 28: 19, y Efesios 4: 28.
Alexander Whyte vio este mandamiento como cubriendo «todos los asuntos conectados con la ganancia, ahorro, gasto, herencia y legado de dinero y propiedad».
Whyte añadió:
Todas las posesiones de un hombre, ya sea que se regrese al principio de ellas o se vaya al fondo de ellas, siempre se hallará que representan mucho de negación propia, esfuerzo, industria. Oscuro como pueda ser el origen, historia y crecimiento de esta o esa propiedad en particular, sin embargo debe en sus principios haberse debido a la obediencia de algún nombre a la ley del Creador de trabajo y recompensa. «Sean fructíferos, y multiplíquense, y llenen la tierra, y domínenla». Esta es la carta original de derecho de la propiedad.
Whyte además añadió: «Afín al hábito de la industria es el hábito hermano de frugalidad y pensamiento de antemano»3.
La capitalización es la acumulación de riqueza, la conversión de trabajo, ahorros, y previsión en bienes de trabajo tangibles. Ningún progreso es posible sin alguna medida de capitalización. Es un serio error dar por sentado que el socialismo y el comunismo se oponen a la capitalización o al capitalismo; su oposición es simplemente al capitalismo privado, pero su política dedicada es el capitalismo estatal. Para que el estado planee cualquier programa de progreso, obras públicas, o conquista, el trabajo, la frugalidad y el pensamiento anticipado son necesarios.
El trabajo se lo exige de las personas por la fuerza; la frugalidad o ahorros de nuevo se imponen a las personas mediante el control de salarios, ahorros obligatorios y programas de compra de bonos, y para el trabajo forzado, el pensamiento de antemano lo proveen los planificadores estatales.

EL CAPITALISMO ESTATAL ES SERIAMENTE DEFECTUOSO POR VARIAS RAZONES. MÁS NOTABLEMENTE,

Primero, que nada, representa robo. Se expropia el capital privado de las personas, tanto como su trabajo y ahorros. Es así una capitalización radicalmente deshonesta.
Segundo, se divorcia del trabajo y la frugalidad el pensamiento de antemano, es decir, los planificadores no son los que proveen el trabajo y el sacrificio. Como resultado, los planificadores no tienen el freno que las consecuencias inmediatas les imponen. Pueden ser pródigos en su desperdicio de la mano de obra y capital sin bancarrota, en que el estado obliga la continuación de su planificación no económica y de desperdicio.
La consecuencia es que, en dondequiera que la planificación se separa del trabajo y ahorros, en lugar de capitalización, el resultado es descapitalización. El socialismo es, de este modo, por naturaleza imperialista, en que debe periódicamente apoderarse o anexar un nuevo territorio a fin de tener capital fresco de que aprovechar mediante la expropiación. El capitalismo estatal es, así, una agencia de descapitalización.
El capital privado se adquiere básicamente de tres maneras, excluyendo el robo privado como medio ilegal e inmoral. Estas tres maneras son mediante el trabajo, herencia y regalo. El capital privado debe, entonces, utilizarse mediante la planificación, y la pérdida es la pérdida del planificador, así que hay un incentivo a la eficiencia en el capital privado, incluso cuando se lo recibe por regalo o por herencia, que le falta al capitalismo estatal.
Lo inmediato de las consecuencias, la responsabilidad directa del capitalista privado a la pérdida, hace del capital privado más responsable aun cuando el capitalista privado sea un ladrón. En donde sindicatos criminales como la mafia entran en el negocio, lo hacen con un ojo implacable hacia ganancias y eficiencia que le falta el capitalismo estatal.
La riqueza legítima es la riqueza que le viene al hombre mientras permanece en la ley de Dios y aplica trabajo, frugalidad y pensamiento previo a sus actividades.
La riqueza legítima es una promesa del pacto; de aquí la advertencia de parte de Moisés en Deuteronomio 8:11-20, que culmina en el versículo 18 con la afirmación:
«Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día». El hombre no debe decir en su corazón: «Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza (v. 17)». El comentario de Wright sobre esto es bueno:
El orgullo es más terrible e insidioso porque hace alarde del más sencillo de los hechos, afirmando la virtual deidad de uno mismo: «Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza» (v. 17). Sin embargo Israel debe recordar que la riqueza es por el poder de Dios, no por el propio, y que él la da de acuerdo a sus promesas del pacto, no en pago por lo que la nación merezca (v. 18). Este es uno de los pasajes más fuertes y más poderosos de la Biblia sobre este problema característico y angustioso de la vida humana.

LA RIQUEZA AQUÍ NO ES POR DERECHO NATURAL; ES DÁDIVA DE DIOS.

Sin embargo el hombre debe estar consciente de la terrible y autodestructiva tentación de deificarse que viene con ella.
La verdadera riqueza, la riqueza santa es un producto de las bendiciones del pacto sobre el trabajo, la frugalidad y la previsión; está inseparablemente conectada con la ley. Los mandamientos se dan «para que viváis, y seáis multiplicados, y entréis y poseáis la tierra» (Dt 8: 1).
Las Escrituras distinguen por todas partes entre la riqueza santa y la riqueza impía. La riqueza en sí mismo, por consiguiente, no es señal del favor de Dios; puede ser testigo de robo y fraude. La riqueza puede ser, sin embargo, una señal del favor de Dios y una evidencia de las bendiciones del pacto en donde va acompañada de medios legítimos y una fe santa.
Para volver al asunto de la capitalización, la capitalización en una sociedad requiere un trasfondo de fe y carácter. En toda época de la historia, la capitalización es un producto de la disposición puritana, de estar dispuestos a privarse de placeres presentes para acumular riqueza para propósitos futuros.
En donde no hay carácter, no hay capitalización sino más bien descapitalización, el agotamiento continuo de la riqueza. La sociedad se vuelve centrada en el consumo antes que productiva, y empieza a descapitalizar la herencia rica de siglos que la rodea.
De este modo, la descapitalización siempre va precedida por una ruptura de la fe y el carácter. En donde los hombres sienten que la felicidad privada es el propósito y objetivo humano del hombre antes que servir y glorificar a Dios, y hallar gozo en él, en donde los hombres sienten que la vida les debe algo antes que verse a sí mismos como deudores a Dios, y en donde los hombres se sienten llamados a hallar satisfacción aparte de Dios antes que en él, allí la sociedad está en un rápido proceso de descapitalización.
Para volver ahora a Deuteronomio de 8: 1, 18, el propósito de la riqueza es el establecimiento del pacto de Dios; su objetivo es que el hombre prospere en su tarea de poseer la tierra, subyugarla y ejercer dominio sobre ella. Los medios a la riqueza legítima es la ley del pacto, la ley de Dios. La capitalización es así una tarea radical y total. El hombre debe procurar subyugar la tierra y adquirir riqueza como medio de restitución y restauración, como medio para establecer el dominio de Dios en todo ámbito.
Dondequiera que los hombres santos establecen su productividad superior y ganan riqueza, allí por ello se glorifica a Dios. La riqueza en sí misma es buena, y una bendición del Señor. Es la confianza en la riqueza antes que en Dios lo que las Escrituras condenan (Sal 49: 6, 7). Se nos dice que «Cuando Roboam había consolidado el reino, dejó la ley de Jehová, y todo Israel con él» (2ª Cr 12:1). «Las riquezas del rico son su ciudad fortificada, Y como un muro alto en su imaginación» (Pr 18: 11; 10:15; «Las riquezas del rico son su ciudad fortificada»).
La riqueza santa es básica para los propósitos de Dios para la tierra. Es un eslabón vital en la tarea de restauración.
Benjamín Franklin, en sus Memorias, menciona a un comerciante llamados Denham, que fracasó en su negocio en Bristol, complicado con sus acreedores, y se fue a los Estados Unidos de América. En pocos años acumuló abundante fortuna, volvió a Inglaterra en el mismo barco con Franklin, reunión a sus acreedores, y pagó la totalidad restante de sus deudas, con interés hasta el momento del pago.

La restitución personal es santa, pero se requiere mucho más. El hombre debe restaurar la tierra, debe hacerla verdadera y plenamente el reino de Dios, el dominio en el cual su palabra-ley se enseña, se obedece y se honra. El hombre debe adquirir riqueza y usarla para la gloria de Dios, pero, para adquirir riqueza legítima el hombre debe saber y obedecer la ley. La riqueza santa se debe adquirir, tener y usar con buena conciencia; es un resultado final del pacto de Dios.