10. EL NACIMIENTO VIRGINAL Y LA PROPIEDAD

INTRODUCCIÓN

El fuerte filón de maniqueísmo en la iglesia la ha llevado a descartar el mundo material por el mundo del espíritu, o, en el caso de los modernistas, a escoger el orden material en contra de lo espiritual. Los que descartan el mundo material se vuelven antinomianos; el evangelio para ellos no tiene ley para el mundo material, porque ese mundo debe perecer y hay que renunciar al mismo.
El mandato de subyugar la tierra, las promesas respecto a una creación restaurada y, al fin, de un cuerpo de resurrección, no se toman en serio. El mundo y la carne se ligan con el diablo como una trinidad impía.
Los modernistas optan por el mundo de la materia y renuncian a la ley por una razón similar. Los dos mundos extraños del espíritu y la materia, según la teología maniquea, no pueden vincularse. El mundo material es, por consiguiente, su propia fuente de ley, y la consecuencia es un evangelio social, un evangelio derivado de la sociedad antes que de Dios y una ética situacional, una moralidad gobernada por el momento existencial, material.
El modernista convierte las narraciones del nacimiento de Jesucristo en un mito; los evangélicos convierten la historia en un cuento dulce, del otro mundo.
La realidad es que la historia es totalmente antimaniquea y totalmente pertinente al tiempo y a la eternidad. La mente maniquea ha infectado tan extensamente el mundo occidental que escribir o hablar de «el nacimiento virginal y la propiedad» llega como aturdimiento; las dos cosas nunca deberían unirse.
La anunciación (Lucas 1: 26-38) declaró que a Jesús se le daría «el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1: 32, 33). En este punto los religiosos se apresuran a decirnos que este trono y reino son espirituales y no tienen referencia a este mundo, excepto en la medida en que los hombres se salvan y entran en el arca de la iglesia.
Que el significado incluye un marco de referencia espiritual y eterna se puede conceder a plenitud, y se debe conceder. Pero no hay base para la exclusión de una referencia al tiempo y la historia. Claramente, Jesucristo será Señor y Soberano de las naciones en términos de la profecía mesiánica. Él viene para tomar posesión de su reino, su propiedad, como Señor soberano.
María lo entendió muy bien, como el Magníficat lo deja en claro (Lc 1: 45-56). El Magníficat es todo un recital gozoso de profecías del Antiguo Testamento sobre el tema. Es, en verdad, «casi en su totalidad compilación de citas del Antiguo Testamento».
La virgen María celebró «la poderosa inversión de las cosas que en principio ya había sido lograda por la entrada de Dios en el curso de la historia y en la vida de la humanidad, por la venida del Mesías, su Hijo prometido». Esta «poderosa inversión de las cosas» es el trastorno del dominio del pecado sobre el hombre y la historia. Es el poderoso reordenamiento de todas las cosas bajo el dominio del Rey, Jesús, el Mesías, debido a que «su misericordia es de generación en generación a los que le temen» (Lc 1: 50).
Hizo proezas con su brazo; Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.
Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos.
Socorrió a Israel su siervo, Acordándose de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre (Lc 1: 51-55).
Es obvio que María quiso decir que la historia vería una poderosa inversión de las cosas debido al nacimiento de su Hijo. Por la fuerza de él, los vanos pensamientos de los hombres quedarían confundidos. Los poderosos serían destronados, y los humildes benditos del Señor exaltados. El pueblo hambriento de Dios sería saciado y los pecadores ricos serían arrojados fuera para que mendiguen.
Todo esto ocurriría en cumplimiento de las profecías, de los patriarcas y profetas de que, por la simiente de Abraham y de David, el Israel de Dios poseería toda la tierra material.
Decir que María creía esto, pero que un cumplimiento «espiritual» es lo que Dios más bien intentaba, es trivializar las Escrituras. El significado claro de lo que dijo María es inequívoco. Si se pueden espiritualizar sus palabras y llevarlas a un cumplimiento no material, la narración de la creación y los informes del nacimiento virginal también se pueden espiritualizar y llevar a un cumplimiento no material. O las Escrituras dicen lo que dicen, o no significan nada.

CLARO, UN CUMPLIMIENTO MUY REAL Y MATERIAL ES EL ÚNICO SIGNIFICADO VÁLIDO AQUÍ.

Muy generalmente, entonces, este significado es como sigue:
Primero, la tierra es propiedad de Jesucristo, porque él es el Rey mesiánico, el mismo Hijo de Dios tanto como el Hijo real de David.
Segundo, este Rey tiene el derecho de expropiación y puede hacer lo que quiera con su propiedad. Puede expulsar a los impíos y dar el reino a los que le obedecen.
Como Jesús declaró: «Os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él» (Mt 21:43). El propósito de su venida es destronar al presente liderazgo del mundo y darle su dominio a su pueblo.
Tercero, esto quiere decir que el pueblo de Dios debe esperar el reino de Dios, imponer sus leyes y ser fiel al mandato de la creación de subyugar la tierra y ejercer dominio sobre ella (Gn 1:26-28).
Cuarto, «por el Mesías, Dios destronará a todos los enemigos». Esto quiere decir victoria total.
El Magnificat profetiza la victoria total de Jesucristo y el desarraigo del reino del hombre. Los impíos quedarán en abiertamente confundidos y serán expulsados, y el pueblo de Dios será conducido a plena luz al poder y a la victoria. Israel, el pueblo del pacto de Dios, será establecido en pleno poder. De nada sirve decir, como lo decía Lenski:
«Y María dijo» no da indicio de ninguna inspiración divina; ni tampoco está ni ninguna revelación fue necesaria para el contenido de este himno. A diferencia del de Elisabeth, no contiene ninguna profecía ni ninguna prueba de conocimiento que le hubiera sido comunicado de manera sobrenatural.
El himno de Elisabeth se dirige a María, y apropiadamente; el de María a Dios, y de nuevo, de la manera más apropiada. El de Elisabeth es una continuación del discurso de Gabriel a María, el de María una continuación y una expresión de su breve respuesta a Gabriel. El de María es más hermoso en frases y en forma, pero está en un nivel más bajo que el de Elisabeth.
Contrario a lo señalado por Lenski, el Magnificat muy claramente contiene y es profecía. Todavía más, enuncia de nuevo la profecía del Antiguo Testamento. Si tan solo lo que se rotula como inspirado en la Biblia fuera en realidad inspirado, habría que degradar muchas profecías. María profetizó, claramente profetizó en el Espíritu de Dios.
La anunciación (Lc 1: 26-35) indica bien claro que más que el vientre de María fue apartado por Dios para su propósito santo, y limitar la obra de Dios al vientre de María es agredir las Escrituras. El hecho que Lenski añadió, después de la declaración que antecede, que «María misma no da causa para la mariolatría», aclara su propósito de subestimar a María. No es mariolatría hacer justicia a las Escrituras.
Quinto, la ley: «No hurtarás», quiere decir también que el hombre no puede robarle a Dios sus prerrogativas ni su propiedad. Dios arroja de su viñedo a los ladrones (Mt 21:33-44) y reduce a polvo a sus enemigos.

El nacimiento virginal, en consecuencia, es la confirmación de la ley de Dios y una afirmación enfática de los derechos de propiedad de Dios sobre el hombre y la tierra. Este milagro es la clarinada de victoria y restauración.