9. LINDEROS Y TIERRAS

INTRODUCCIÓN

La ley respecto a los linderos ya se ha considerado a partir de su significado en cuestiones de herencia social. Este sentido ha sido por mucho tiempo conocido de los padres de la iglesia y los autores estudiados. Lutero comentó: «El que los linderos no se debían mover de donde los habían colocado los moradores anteriores quiere decir que no se debe añadir nada a la doctrina trasmitida por los apóstoles, como si uno pudiera dar mejor consejo en cuestiones de conciencia»1. Sin embargo, el significado primario de la ley tiene referencia a la tierra:
En la heredad que poseas en la tierra que Jehová tu Dios te da, no reducirás los límites de la propiedad de tu prójimo, que fijaron los antiguos (Dt 19: 14).
La ley también se cita en Deuteronomio 27: 17; Proverbios 22: 28; 23: 10; Job 24: 2. Esta ley también aparece en otros códigos de ley antiguos. En Roma, la remoción de linderos se castigaba con la muerte. Según Calvino, para que la propiedad de cada uno pudiera estar segura, era necesario que los linderos que establecían la división de campos debieran permanecer sin tocarse, como si fueran sagrados.
El que fraudulentamente remueve un mojón ya está convicto por este mismo acto, porque perturba al dueño legítimo en su tranquila posesión de la tierra; en tanto que el que avanza los linderos de su propia tierra a pérdida de su prójimo, dobla el crimen por el ocultamiento engañoso de su robo. De donde también deducimos que no solo son ladrones los que en realidad se llevan la propiedad de su prójimo, que también toman su dinero de su cofre, o que saquean su bodega y sus graneros, sino también los que injustamente se apropian de su tierra.
El punto de Calvino es válido; el engaño del acto lo hace doble crimen. Es a la vez robo y falso testimonio. Debido a que la ley es una unidad, la violación de una ley es violación de toda la ley. Como Santiago lo resume, «cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos» (Stg 2: 10). De este modo, este crimen incluye violación del octavo y noveno mandamiento, y también del décimo, al codiciar la tierra del prójimo. Las transgresiones contra la tierra también pueden incluir el cuarto mandamiento, la ley del sabbat, y el sexto, «No matarás».

LAS LEYES EN CUANTO A TIERRA SON ASPECTO IMPORTANTE DE LA LEGISLACIÓN BÍBLICA.

El Talmud comenta a fondo estas leyes. La tierra, notaban los rabinos, permanecía santa al Señor («la tierra mía es», Lv 25:23) incluso en manos de los paganos; de aquí que los paganos son responsables ante Dios por el cuidado de la tierra y su diezmo.
La razón de ser del año sabático, según R. Abbahu, es que «el Santo, bendito sea, le dijo a Israel, siembra tu semilla seis años pero omite el séptimo, para que puedas saber que la tierra es mía»4. De interés particular es el comentario de R. Eleazar:
R. Eleazar dijo: Todo hombre que no tiene esposa no es propiamente hombre; porque se dijo: Varón y hembra los creó y llamó su nombre Adán.
R. Eleazar también indicó: Todo hombre que no posee tierra no es propiamente hombre, porque se dijo: Los cielos de los cielos son del Señor; pero la tierra él la ha dado a los hijos de los hombres.
Puesto que el llamamiento del hombre es a ejercer dominio, los rabinos reconocieron que los dos aspectos básicos para el ejercicio del dominio son la familia y la tierra. El deber del hombre aquí es obligatorio para todos.
Las leyes de la tierra requerían un descanso sabático (Éx 23: 10-11; Lv 25: 1-11).
El verdadero significado del sabbat es reposo antes que adoración, y un reposo se le debía a la tierra misma para su revitalización. Negarle un sabbat a la tierra es defraudarla y robarle lo que se le debe. Bonar comentó de esta ley que «bien se ha dicho que por el sabbat semanal poseían ellos mismos lo que pertenecía a Jehová, y por este sabbat de siete años profesaban que la tierra era de él, y ellos sus arrendatarios».
La clave de la ley de la tierra está en esta declaración: «La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo» (Lv 25: 23). Esta ley suena especialmente extraña a oídos modernos, porque la tierra agrícola se ha vuelto, especialmente en Norteamérica, un sector para la compra y venta especulativa, y los cambios de dueño en algunas regiones son excesivos.
En la mayoría del planeta, la tierra se ha considerado y todavía se considera posesión inalienable de la familia. Tal vez la resistencia más importante al comunismo ha venido, no de países extranjeros, sino de los campesinos pacientes y obstinadamente resistentes. La venta de la tierra y la confiscación de la tierra son cosas que el campesino rehúsa aceptar.
La tierra es una herencia que no se puede enajenar. Los partidos campesinos de los varios países europeos han sido grupos responsables y sus líderes políticos y estadistas excelentes. Significativamente, la Unión Internacional Campesina, con su obstinada resistencia al comunismo, tiene como su emblema una bandera verde, color de sembrados en flor y de esperanza.

ES IMPORTANTE, POR CONSIGUIENTE, ANALIZAR CUIDADOSAMENTE EL SIGNIFICADO DE LEVÍTICO 25: 23-28, Y SU SIGNIFICACIÓN PARA NUESTROS TIEMPOS.

Primero, la regla general es que «La tierra no se venderá a perpetuidad», o, literalmente, «hasta la aniquilación, i.e., de modo de que desaparezca para siempre, o que el vendedor la pierda para siempre»8. Las ventas eran en efecto arrendamientos, porque nadie tenía el derecho de enajenar la tierra del Señor.
Segundo, si un hombre empobrecía y «vendía» su tierra, su pariente podía redimir la tierra y restaurársela de inmediato (Lv 25: 25, 48, 49).
Tercero, si el dueño no tenía parientes que pudieran redimir la tierra por él, y él ganaba lo suficiente para hacerlo por cuenta propia, podía calcular los años que quedaban hasta el año del jubileo y pagarle al comprador por los años de arrendamiento que todavía restaban (Lv 25: 26, 27).
Cuarto, si el dueño no tenía dinero para comprar de nuevo la tierra, revertía a él después de siete años sabáticos, en el jubileo (Lv. 25: 28).
Quinto, Dios dejó en claro que los israelitas eran «forasteros y extranjeros» en su propia tierra. Siendo Dios el dueño, su estatus era similar al de su estada en Egipto. Estaban allí por favor del Señor y en sus términos.
Sexto, las casas en la ciudad se podían enajenar o vender permanentemente, una vez que la compra quedaba completa. Siendo construidas por hombres, estas propiedades podían transferirse libremente (Lv. 25: 29-34).
Séptimo, al parecer era posible vender permanentemente la tierra si la venta era a un familiar, si Jeremías 32:7, 8 es una indicación de esto. Ginsburg da una perspectiva importante del significado de esta ley en su comentario sobre Levítico 25: 23:
Dios no solo había ayudado a los israelitas a conquistar la tierra de Canaán, sino que la había seleccionado como su propia morada y erigido su santuario en medio de ella (Éx 15: 13; Nm 25:34).
Por consiguiente, Él está entronizado en ella como Señor del suelo y los israelitas son solo sus inquilinos por voluntad divina (Nm 14: 34; 20: 24; 23: 10; Nm 13: 2; 15: 2), y como tales tienen que abandonarla si desobedecen sus mandamientos (Nm 18:28; 20:22; 26: 33; Dt 28: 63). Por esta razón se les considera extranjeros y forasteros, y no tienen absolutamente ningún derecho de vender lo que no es de ellos.
Debido a que el tabernáculo y después el templo tenían el Lugar Santísimo, el trono de Dios, el asiento visible de su gobierno de Israel, la tierra de Israel tenía una norma particular requerida por ley. Dios, como lugarteniente, se la repartió a las tribus, y exige que se le dé un carácter estable a la tierra mediante la propiedad incambiable de la familia. Este acto le dio a Israel un conservatismo rural comparable al de la Europa campesina.
La pregunta importante para nosotros es el estatus presente de esta ley. ¿Tiene todavía la misma fuerza obligatoria? Si es así, ¿cómo se aplica?; y si no, ¿queda algo de significación en ella?
Parecería que la fuerza obligatoria de esta ley tenía referencia a las tierras rurales en el reparto original entre las doce tribus. La tribu de Dan más tarde adquirió un territorio más al norte por conquista (Jue 18), y no se nos da ninguna indicación de que la misma ley de la tierra se aplicara al nuevo territorio, que empezó casi como territorio fuera de la ley.
No hay evidencia posterior de que los judíos en la dispersión sintieran que esta ley fuera obligatoria fuera de Israel, aunque persistía la misma lealtad a la tierra. El carácter inalienable de la tierra fue una característica del área del Trono. Un concepto comparable en una escala menor es el estado Vaticano moderno, que es propiedad del Vaticano por entero y por consiguiente no está en el mercado.

LA TIERRA SANTA ES EL ÁREA DEL TRONO DE DIOS, Y POR CONSIGUIENTE NO ESTÁ EN VENTA.

Por otro lado, el que Dios sea el dueño de toda la tierra es básico a la ley bíblica, de modo que los derechos del Trono se extienden con mucha claridad a toda la tierra. El Trono, sin embargo, ahora está en el cielo, que tiene en pleno el estatus inmutable que en un tiempo se requirió de Canaán. Claro, ahora la tierra se puede vender.
Claro también, Dios en efecto tiene el propósito de que las leyes de la tierra den estabilidad a la sociedad. La ausencia de todo impuesto a la tierra y a la  propiedad en la ley bíblica definitivamente protege la propiedad duradera, en tanto que las leyes modernas de impuestos destruyen la propiedad.
Para citar un ejemplo, en una ciudad, un sector encantador de mansiones, 10 a 20 habitaciones, en construcción de piedra, llegaron a estar tan sobrecargadas de impuestos, que hubo que derribarlas para dar lugar a condominios, o venderlas para dormitorios estudiantiles. La propiedad de esas casas pasó a ser de prohibitiva a imposible debido a los impuestos.
En otro sector, los impuestos condujeron a la deterioración del área Conforme las personas se mudaban, las viviendas se convertían en multifamiliares. Entonces los impuestos bajaron, llegaron nuevas familias, y se produjo un cambio del 90% en la población en menos de diez años.
Las personas que habían construido allí, esperando vivir por el resto de su vida, sufrieron grandes pérdidas. Los impuestos a la propiedad son un medio de destruir la propiedad y una forma de robo.
Los impuestos se establecen para el uso especulativo de la tierra y destruyen la estabilidad de las comunidades. Hay una hostilidad marcada contra la urbanización y preservación de comunidades religiosas y étnicas, y tal hostilidad conduce a la destrucción de la propiedad. La destrucción de la comunidad italiana en el extremo occidental de Boston mediante la reurbanización y la «limpieza de tugurios» han sido aptamente descritas por H. J. Gans.
Una sociedad centrada en la familia, que extensamente se controlaba y disciplinaba a sí misma, fue desbaratada mediante un proyecto de «limpieza de tugurios», porque los planificadores codiciaban el área. Tanto el poder de imponer impuestos, como el derecho de expropiación, son antibíblicos.
El derecho de expropiación o dominio eminente es un derecho divino. Le pertenece solo a Dios. El «derecho» del estado a la expropiación no tiene lugar en la ley bíblica. El estado tiene el deber de proteger al hombre y su propiedad, pero no de imponerle impuestos ni de confiscarla.
Para resumir las leyes bíblicas de impuestos en relación a la propiedad de la tierra, diremos que el básico era el impuesto por cabeza o tributo (Éx 30: 11-16), que debía ser el mismo para todos los hombres. Lo pagaban solo los hombres, todos los hombres de veinte años para arriba. Este impuesto lo recogía la autoridad civil para el mantenimiento del orden civil, para proveer a todos los hombres con una cobertura o expiación de justicia civil.
El diezmo cubría las necesidades generales religiosas y sociales de la comunidad, educación, bienestar público y cosas parecidas.
Así que no había impuesto a la tierra o impuesto a la propiedad. Puesto que «de Jehová es la tierra» (Éx 9:29, etc.), el impuesto a la tierra usurpa los derechos de Dios y es ilegal. El propósito de la ley bíblica con referencia a la tierra es garantizar la seguridad del hombre y su propiedad. Y un impuesto a la propiedad de cualquier clase es negar esta seguridad que ordenó Dios.